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Sobre personajes y lugares

 

Aunque no suele ser habitual en quien ha escrito un libro hablar sobre cómo y por qué decidió colocar aquí esto o aquello, pues sería tanto como dejar al descubierto las costuras de un traje, creo necesario hacer algunas precisiones respecto a los personajes y algunos de los lugares que aparecen en esta novela.

Cuando en enero de 2005, tras varios años dedicados a la recogida y organización de la información, me instalé en el pueblo irlandés de Ennis con la idea de dedicar varios meses allí a escribir Del cielo a la montaña, tuve que comenzar por tratar de resolver dos tipos de dificultades. La primera, la de encontrar el modo de contar una historia cuyos protagonistas —indígenas ixiles y k’iche’, fundamentalmente— no sólo hablan lenguas sino que parten de concepciones sobre el mundo y la vida marcadamente diferentes de las mías propias, pero intentando al mismo tiempo que el conjunto desprendiera una adecuada dosis de realismo. La segunda, una preocupación común a cualquiera que pretenda escribir sobre acontecimientos históricos recientes: que lo normal es que muchos de sus protragonistas reales estén todavía con vida.

Sobre todo esto reflexioné largo y tendido durante aquellas primeras semanas de trabajo en Irlanda. Ante ese tipo de disyuntivas, todo tipo de recursos literarios han sido utilizados. En mi caso, y partiendo de que la idea era no tanto “escribir una novela” sino utilizar este vehículo para contar una historia muy concreta, la de las Comunidades de Población en Resistencia… ¿qué hacer? ¿Hablar sobre la experiencia de las personas de carne y hueso que conocí durante mi paso por las comunidades, dejando los aspectos más creativos en un segundo plano? ¿O al contrario, inventar no sólo los personajes sino incluso los propios nombres de los pueblos, grupos étnicos y lenguas, apostando así por una mayor libertad creativa? Finalmente, decidí resolver ese difícil equilibrio entre realidad y ficción creando una serie de personajes totalmente ficticios —no basados e inspirados en ninguna persona concreta, sino concebidos y diseñados únicamente en cuanto facilitaran tejer una trama más o menos “sugerente” entre ellos y tocar todos los aspectos y temáticas que me había marcado como objetivo relatar—, y hacer lo propio con las aldeas, fincas, o comunidades en las que vivirían, dejando los aspectos reales de la historia únicamente para el transfondo y respetando siempre un cierto paralelismo entre los sucesos y acontecimientos de la novela y lo ocurrido en la vida real. Y por otra parte, decidí también que el mejor vehículo para contar esa historia era hacer descansar la figura del narrador o narradores en un grupo de religiosos europeos, pues salvo un pequeño número de finqueros y hacendados, los únicos extranjeros que vivieron en el área ixil durante el conjunto de años en que transcurre la novela fueron los misioneros.

Así pues, fue en Irlanda, entre los meses de enero y junio de 2005, donde fueron concebidos y definidos Rubén Mendizabal, Miguel, Santiago, los Alzugaray, las familias Itzej y Tzoq’, las aldeas de Itzamal y Xepuy… Y no fue hasta dos años más tarde, en enero de 2007, cuando viajé de nuevo a Guatemala a presentar aquel primer borrador del libro a, entre otros, algunos antiguos misioneros, el expárroco de Nebaj, o miembros de la dirección del EGP en el área ixil con quienes nunca hasta entonces había tenido ocasión de coincidir. Es decir, fue porque concebí una novela con unos personajes totalmente ficticios pero que ocupaban el mismo lugar que ellas ocuparon en la vida real que me puse en contacto con esas personas, y no al revés. Y he de añadir aquí que, de hecho, si en algo han contribuido todas estas personas a la configuración de los personajes de este libro ha sido precisamente en desdibujarlos, pues fue tal la cantidad de información y reflexiones que me facilitaron que los únicos cambios que han sufrido los personajes centrales del libro entre aquel primer borrador y la versión final de la novela ha sido restarles peso y protagonismo en favor del contexto y los acontecimientos históricos, los procesos y tendencias de fondo, y sobre todo la centralidad en la trama de la novela de todo lo relativo a la identidad e Historia del pueblo ixil.

Por tanto, carecería totalmente de fundamento tratar de identificar o relacionar ninguno de los personajes que aparecen en este libro con cualquier persona que haya existido en la realidad, con una única excepción: la del jesuita Fernando Hoyos, cuya aparición en la trama de la novela es meramente circunstancial.  Sirvan todas estas aclaraciones para resolver posibles malentendidos y acercamientos erróneos a la historia real que constituye el transfondo de Del cielo a la Montaña.

                                                                                            
Iñaki Carro

Bilbao, 2010 / contacto: info@delcieloalamontana.org